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¿Que son los carnavales y por qué nos cuestan tanto en Chile?

» Un carnaval representa la inversión del orden simbólico para una sociedad dada.

Por orden simbólico entendemos todas aquellas cosas (prácticas, creencias, valores, formas de proceder y pensar que nuestra sociedad considera adecuadas para su adaptación y reproducción). Este orden muchas veces no es de carácter consiente y otros se impone como normas muchas veces a la fuerza.

El orden simbólico funciona como pegamento para que una sociedad pueda  convivir armónicamente dando por supuesto una gran cantidad de formas y creencias.

Salir vestido a la calle, no ponerle los cuernos al marido, pagar las deudas, creer en la amistad; son algunos de nuestros códigos básicos de convivencia. Las diferencias de clase, de genero, étnicas y las atribuciones  culturales son también parte de este código.

¿Qué hace un carnaval?

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Un carnaval es por definición subversivo, o sea quiebra por un tiempo acotado y en un espacio acotado este orden.

El carnaval implica no ir al trabajo, convivir con quienes jamás me topo (ya sea por un tema de clase o de etnia o de ideología o etc.), permite alterar la conciencia por medio del alcohol, las drogas o el baile, permite mostrar el cuerpo desnudo y una sexualidad explicita y accesible. Un carnaval  es pagano; o sea nos permite olvidarnos por un ratito de Dios (en cualquiera de sus formas) y acceder sin contratiempos al pecado.

Los carnavales existen desde la que humanidad se organizó en tribus y ha cumplido desde entonces una función en la adaptación y la reproducción cultural.

El carnaval, como inversión del orden simbólico en un espacio de tiempo acotado permite que la norma (expresada en sentido común) se actualice, se sostenga, se internalice. Algo así como “la excepción que permite la regla”.

Los carnavales por lo general marcan hitos de recambio; luego de la catarsis todo vuelve a ser lo mismo (y nada vuelve a ser lo mismo). Toda la experiencia simbólica se integra y se trasciende.

He estado en varios carnavales. Especialmente marcadora fue la experiencia de vivir muy joven el carnaval en Salvador de Bahía. Al tercer día ya no soportaba el sonido de los tambores durante 24 horas, la alegría exacerbada de la gente, el desborde. Tuve que huir a una playa escondida. Esa experiencia me hizo darme cuenta que mi cuerpo no sabía de carnavales. Nunca los había vivido.

En Chile los carnavales son experiencias aislada. En el norte destacan las fiestas patronales y en particular la fiesta de la virgen de La Tirana. Isla de Pascua tiene la Tapati Rapa Nui.  Al sur desconozco y acá en la zona central penan por su ausencia.

Los chilenos parecemos prescindir de esta costumbre universal.

Sin embargo, en Valparaíso ciudad en que vivo, han aparecido desde algunos años, diversas manifestaciones carnavalescas: carnavales culturales, año nuevo, festival mil tambores, solsticio de invierno.

La resistencia ha sido gigante. El problema es que no sabemos de carnavales, creemos que estos pueden funcionar libres, sin el soporte y contención de la norma. El carnaval existe y tiene sentido dentro del orden simbólico establecido.

O sea, el carnaval requiere de una gran logística y estructura que lo soporte. Aunque suene contradictorio; para que exista la subversión se requiere una gran estructura que la contenga … si no el carnaval pierde sentido; el sentido de desbordarse con la seguridad de estar contenido.

En lo concreto esto significa un gran contingente policial que resguarde la seguridad, una gran logística de aseso que se ocupe de los desechos, claridad absoluta del espacio – tiempo donde el carnaval ocurre, etc. Esta misión la deben cubrir los reales representantes del orden de la  ciudad: el municipio, los carabineros, las autoridades locales.

O sea, me atrevo a decir que el problema de nuestros carnavales no son los que carnavalean, si no los representantes del orden que ante la falta de experiencia; creen que es posible pedirles a quienes están de fiesta (con la misión de trasgredir para trascender) se encarguen de la contención y la basura.  Es una contradicción total.

Para aprender de carnavales tenemos que mirar a Rio de Janeiro, Barranquilla, La Tirana, Rapa Nui.

Pero antes que nada tenemos que creer (sentir) que los necesitamos. Para ser quien somos, para formar sociedad, para volver a nuestros sentidos comunes habiendo explorado el lado oscuro con toda su luz.

En Valparaíso tenemos al respecto una gran misión. Pero no hay carnaval (subversión) sin norma: señor alcalde, director de aseo, jefe de carabineros, los necesitamos; por favor sean nuestros cómplices; Chile, lo necesita.»

 

Fuente: http://conversa.bligoo.cl/

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